miércoles, 6 de julio de 2011

María Blanchard

El cartel de las Jornadas de Teatro del Siglo de Oro ( Almería 2011), pintado por Sol Ubeda, compañera de trabajo, me trajo a la memoria el retrato, que la pintora sueca Tora Vega Holmström realizo de María Blanchard, en ese momento los avatares del curso escolar interrumpieron mi idea de dedicarle unas líneas a la retratada, y ha sido ahora, al ver la exposición de Menchu Gal cuando he retomado la idea pendiente.





En el retrato de medio cuerpo, sobre fondo de tonos azules María aparece vestida de rojo con sus lentes de miope en la mano derecha, y mirando sin ver el documento que sostiene en su otra mano. Quizás lo que más llama la atención son los rasgos angulosos de su cara, y su expresión melancólica; en el retrato da la sensación de ser una joven alta, pero nada más lejos de la realidad, María era muy baja de estatura, jorobada, miope y coja.
Si tenemos presente que ser mujer y artista en esa época era complicado, serlo siendo minusválida lo seria más. Por lo que no es difícil pensar, que estas características físicas, marcara su vida y forjara su carácter. Y como es de suponer su obra, pues en ella se muestra el alma del artista.

El retrato fue pintado en 1921


María Gutiérrez Blanchard, nace Santander en 1881, y muere de tuberculosis en París en 1932.
Hija de un periodista español y de madre polaco-francesa. Pronto se interesa por la pintura, y será su padre el que fomente su amor e interés por el arte

Su apariencia exterior era muy descuidada e informal, vestía ropa muy usada, con manchas de pintura, incluso pintura en las manos, las gafas, en muchas ocasiones, con cristales rotos y patillas sujetas con alambre, en cambio su obra es una obra muy cuidada.





Al analizar su obra podemos establecer tres etapas:

La primera, de formación, se desarrolla en Santander y Madrid con Emilio Sala, Fernando Álvarez de Sotomayor y continúa en París gracias a las dos becas que consigue de la Diputación en 1909 y el Ayuntamiento de Santander de 1912 a 1914 ; es una etapa figurativa y académica.

A María le gusta París por su carácter cosmopolita y liberal, y por ser el centro internacional de las vanguardias artísticas, de aquí su afán por vivir en París y establecerse definitivamente.



En estos años de París se relaciona con artistas, como Diego Rivera, Juan Gris y Jacques Lipchitz, de los movimientos cubista y modernista.





Para Gaya Nuño, esta etapa cubista fue una «liberación», se liberara de los rigores de la academia y la incomprensión hacia las iniciativas renovadoras que lastraban los ámbitos culturales españoles.

Carlos Arean, crítico de arte, nos dice “María Blanchard en su etapa cubista no llegó a una total descomposición de la forma y se limitó más bien a tallarla en planos esquemáticos que prestaban a sus composiciones un gran rigor, pero también una fluidez no incompatible con una preciosa captación de la realidad.”

Al observar sus obras llama la atención:



La riqueza del color, llegando evocan en algunas de sus composiciones un cromatismo de ascendencia fauve.



La forma de aplicar la pintura con espátula consiguiendo texturas con mucho relieve acentuado por la variación de ángulo en el trazado.



El dibujo es otro elemento fundamental en sus cuadros, desde sus años de formación, el dibujo es esencial.




“ María Blanchard dibuja las formas perfilando bien sus planos, buscando contrastarlos con efectos de claro frente a oscuro, o bien de color contra color. Los perfiles quebrados de los planos siempre encuentran una definición neta, estructurándose con claridad, y en este sentido hablamos de un dibujo que, sin hacer uso de líneas, construye perfiles y separa formas, aunque a esa separación y construcción contribuyen en igual medida el color y la luz, un concepto cezanniano fundamental que el cubismo, sobre todo en su fase sintética, había hecho plenamente “





A partir de 1919 comienza el cambio de nuevo hacia la figuración dentro del costumbrismo español tradicional, sus cuadros recoge escenas familiares y de la vida cotidiana. Pero aunque se representan escenas cotidianas, mantienen la influencia cubistas sobre todo en la composición.



Finalmente decir que María, como otras artistas de su generación tuvieron suerte, pues hombres y mujeres conviven, son admitidos en las Academias, crean y exponen juntos sin atender a las diferencias sexo, algo que no consiguió la mujer hasta finales de siglo XIX. En España hasta la década de 1870 la mujer no fue admitida en la Academia y hasta 1902 le estuvo vetado entrar en las clases de anatomía y de pintura al natural con modelo.

Interesante puede ser leer la conferencia que sobre María dio Federico García Lorca en el Ateneo de Madrid, al poco tiempo de su muerte , en 1932

"Yo no vengo aquí, ni como crítico ni como conocedor de la obra de María Blanchard, sino como amigo de una sombra. Amigo de una dulce sombra que no he visto nunca pero que me ha hablado a través de unas bocas y de unos paisajes por donde nunca fue nube, paso furtivo o animalito asustado en un rincón. Nadie de los que me conocen pueden sospechar esta amistad mía con María Gutiérrez Cueto, porque jamás hablé de ella, y aunque iba conociendo su vida a través de relatos originales siempre volvía los ojos al otro lado, como distraído, y cantaba un poco porque no está bien que la gente sepa que un poeta es un hombre que está siempre ¡por todas las cosas! a punto de llorar.





¿Usted conocía a María Blanchard? Cuénteme...
Uno de los primeros cuadros que yo vi en la puerta de mi adolescencia, cuando sostenía ese dramático diálogo del bozo naciente con el espejo familiar, fue un cuadro de María. Cuatro bañistas y un fauno. La energía del color puesto con la espátula, la trabazón de las materias y el desenfado de la composición me hicieron pensar en una María alta, vestida de rojo, opulenta y tiernamente cursi como una amazona.
Los muchachos llevan un carnet blanco, que no abren más que a la luz de la luna, donde apuntan los nombres de las mujeres que no conocen para llevarlas a una alcoba de musgos y caracoles iluminados, siempre en lo alto de las torres. Esto lo cuenta Wedekind muy bien y toda la gran poesía lunar de Juan Ramón está llena de estas mujeres que se asoman como locas a los balcones y dan a los muchachos que se acercan a ellas una bebida amarguísima de tuétano de cicuta.
Cuando yo saqué mi cuartilla para apuntar el nombre de María y el nombre de su caballo me dijeron: "es jorobada".
Quien ha vivido como yo y en aquella época en una ciudad tan bárbara bajo el punto de vista social como Granada, cree que las mujeres o son imposibles o son tontas. Un miedo frenético a lo sexual y un terror al "que dirán" convertían a las muchachas en autómatas paseantes, bajo las miradas de esas mamás fondonas que llevaban zapatos de hombre y unos pelitos en el lado de la barba.
Yo había pensado con la tierna imaginación adolescente que quizá María, como era artista, no se reiría de mí por tocar al piano "latazos clásicos", o por intentar poemas, no se reiría, nada más, con esa risa repugnante que muchachas y muchachos y mamás y papás sucios tenían para la pureza y el asombro poético, hasta hace unos años, en la triste España del 98.
Pero María se cayó por la escalera y quedó con la espalda combada expuesta al chiste, expuesta al muñeco de papel colgado de un hilo, expuesta a los billetes de lotería.
¿Quién la empujó? Desde luego la empujaron; "alguien", Dios, el demonio, alguien ansioso de contemplar a través de pobres vidrios de carne la perfección de un alma hermosa.
María Blanchard viene de una familia fantástica. El padre un caballero montañés, la madre una señora refinada; de tanta fantasía que casi era prestidigitadora. Cuando anciana iban unos niños amigos míos a hacerle compañía y ella, tendida en su lecho, sacaba uvas, peras y gorriones de debajo de la almohada. No encontraba nunca las llaves y todos los días tenía que buscarlas y las hallaba en los sitos más raros, por debajo de las camas o dentro de la boca del perro. El padre montaba a caballo y casi siempre volvía sin él, porque el caballo se había dormido y le daba lástima el despertarlo. Organizaba grandes cacerías sin escopetas y se le borraba con frecuencia el nombre de su mujer. En esta distracción y este dejar correr el agua, María Gutiérrez se iba volviendo cada vez más pequeña, una mano le tiraba de los pies y le iba hundiendo la cabeza en su cuerpo como un tubo de "Don Nicanor que toca el tambor".
En este tiempo que corresponde a la apoteosis final de Rubén, vi yo el único retrato de María que he visto, y era una criatura triste, no sé de quién, en la que está al lado de Diego Rivera el pintor mexicano, verdadera antítesis de María, artista sensual que ahora, mientras que ella sube al cielo, él pinta de oro y besa el ombligo terrible de Plutarco Elías Calles.
En la época en que María vive en Madrid y cobija en su casa a todo el mundo, a un ruso, a un chino, a quien llame a la puerta, presa ya de este delicado delirio místico que ha coronado con camelias frías de Zurbarán su tránsito en París.
La lucha de María Blanchard fue dura, áspera, pinchosa, como rama de encina, y sin embargo no fue nunca una resentida, sino todo lo contrario, dulce, piadosa, y virgen.
Aguantaba la lluvia de risa que causaba, sin querer, su cuerpo de bufón de ópera, y la risa que causaban sus primeras exposiciones, con la misma serenidad que aquel otro gran pintor, Barradas, muerto y ángel, a quien la gente rompía sus cuadros y él contestaba con un silencio recóndito de trébol o de criatura perseguida.
Aguantaba a sus amigos con capacidad de enfermera, al ruso que hablaba de coches de oro, o contaba esmeraldas sobre la nieve, o al gigantón Diego Rivera que creía que las personas y las cosas eran arañas que venían a comerlo, y arrojaba sus botas contra las bombillas y quebraba todos los días el espejo del lavabo.
Aguantaba a los demás y permanecía sola, sin comunicación humana, tan sola, que tuvo que buscar su patria invisible, donde corrieran sus heridas mezcladas con todo el mundo estilizado del dolor.
Y a medida que avanzaba el tiempo, su alma se iba purificando y sus actos adquiriendo mayor trascendencia y responsabilidad. Su pintura llevaba el mismo camino magistral, desde el cuadro famoso de "La primera comunión" hasta sus últimos niños y maternidades, pero atormentada por una moral superior daba sus cuadros por la mitad del precio que le ofrecían, y luego ella misma componía sus zapatos con una bella humildad.
La vida y pasión de Cristo fue tomando luz en su vida y, como el gran Falla, buscó en ella norma, dogma y consuelo. No con beatería, sino con obras, con grave dolor, con claridad, con inteligencia. Lo más español de María Blanchard es esta busca y captura de Cristo, Dios y varón realísimo; no al modo de la fantástica Catalina de Siena que se llega a casar con el niño Jesús y en vez de anillos se cambian corazones, sino de un modo seco, tierra pura y cal viva, sin el menor asomo de ángeles o milagro.
Su cintura monstruosa no ha recibido más caricia que la de ese brazo muerto y chorreando sangre fresca, recién desclavado de la cruz.
Ese mismo brazo fue el que, lleno de amor, la empujó por la escalera para tenerla de novia y deleite suyo, y esa misma mano la ha socorrido en el terrible parto, en que la gran paloma de su alma apenas si podía salir por su boca sumida. No cuento esto para que meditéis su verdad o su mentira, pero los mitos crean al mundo, y el mar estaría sordo sin Neptuno y las olas deben la mitad de su gracia a la invención humana de la Venus.
Querida María Blanchard: dos puntos... dos puntos, un mundo, la almohada oscurísima donde descansa tu cabeza...
La lucha del ángel y el demonio estaba expresada de manera matemática en tu cuerpo.
Si los niños te vieran de espaldas exclamarían: "¡la bruja, ahí va la bruja!". Si un muchacho ve tu cabeza asomada sola en una de esas diminutas ventanas de Castilla exclamaría: "¡el hada, mirad el hada!". Bruja y hada, fuiste ejemplo respetable del llanto y claridad espiritual. Todos te elogian ahora, elogian tu obra los críticos y tu vida tus amigos. Yo quiero ser galante contigo en el doble sentido de hombre y de poeta, y quisiera decir en esta pequeña elegía, algo muy antiguo, algo, como la palabra serenata, aunque naturalmente sin ironía, ni esa frase que usan los falsos nuevos de "estar de vuelta". No. Con toda sinceridad. Te he llamado jorobada constantemente y no he dicho nada de tus hermosos ojos, que se llenaban de lágrimas, con el mismo ritmo que sube el mercurio por el termómetro, ni he hablado de tus manos magistrales. Pero hablo de tu cabellera y la elogio, y digo aquí que tenías una mata de pelo tan generosa y tan bella que quería cubrir tu cuerpo, como la palmera cubrió al niño que tú amabas en la huída a Egipto. Porque eras jorobada, ¿y qué? Los hombres entienden poco las cosas y yo te digo, María Blanchard, como amigo de tu sombra, que tú tenías la mata de pelo más hermosa que ha habido en España."

2 comentarios:

  1. No conocía a María Blanchard y me ha encantado conocer un poquito sobre su vida, así como de sus obras. Los cuadros son preciosos.
    También me ha gustado mucho el escrito que Lorca le dedica. Muy bonito.
    Estoy estudiando Historia del Arte por la UNED, y siento una envidia muy sana al saber que eres profesora de esta materia, así como de tus conocimientos en la misma.
    Un saludo desde Elche (Alicante)
    Virginia

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  2. Virginia, gracias por pasar por el blog , espero que repitas. He intentado entrar en el tuyo pero no he podido, me gustaría leerte, pues al se estudiante de Arte nos puedes dar una visión fresca de las materias a las que te enfrentas. Un saludo y hasta pronto.

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